Las personas que confiesan sentirse vulnerables a menudo son consideradas bichos raros, o se las contempla “como al novio negro de dos metros que sale con tu amiga de metro y medio”. Soy moro y hablo un vasco cerrado, sé de qué hablo, amigos.
En el terreno deportivo, los que ponemos al límite nuestro cuerpo de manera recurrente, conocemos la importancia de la fortaleza psicológica. Y es que, por muy bien preparados que estemos a nivel físico, muchas veces el factor limitante está en la cabeza.
Entre la pista y la vida
La frase “el cuerpo no dice basta, hasta que la mente se da por vencida”, sirve para expresar todo esto, y lo hace no solo en el ámbito deportivo: también en la vida real. Nuestra relación con el deporte (y más concretamente con el atletismo o el running), no es más que una representación visible de nuestra actitud ante la vida: a veces hace frío, a veces es dura, a veces no brilla, otras golpea, a veces nos hace llorar del esfuerzo… Todo lo que aprendemos en la pista es extrapolable a esa actitud vital. Esa vida, la real, es la que de verdad cuenta.
En el mundo del deporte todos y todas contamos con referentes en los que nos inspiramos. En otra época gente como Fabián Roncero, el Chava Jiménez o incluso Marco Pantani marcaban carácter, fuerza, garra, entereza, lo que algunos llaman “raza”, y otros preferimos llamar “orgullo”. Utilizar estos referentes como espejo en el que mirarnos, nos ayudaba a avanzar, a arriesgar y a creer en la soberanía del “siempre se puede”.
Eran otros tiempos. Tiempos en los que mostrar emociones como tristeza, desesperanza o impotencia, eran un síntoma inequívoco de vulnerabilidad, y algo exclusivamente relegado a las mujeres. Años más tarde, y gracias al progreso que hemos logrado como sociedad (o a Yahvé, os doy a elegir), se ha normalizado el abanico de emociones, y sobre todo la posibilidad de mostrar debilidad y expresarlo sin temor al juicio. Por fin, hemos aceptado que hay algo sanador en cada tropiezo. Y que, mirarse y no gustarse, querer cambiar cosas de nosotros mismos, no ser feliz, o querer avanzar y no poder, forma parte de nuestra condición más humana.
La valentía de sentirte “débil”
Estas circunstancias, no es que te puedan tocar o no; es que en algún momento de tu vida, probablemente cuando menos lo esperes, ocurrirán. Y cuando ese momento llegue, es importante estar preparados y comprender que también forman parte del juego. Un juego en el que muchas veces no elegimos las cartas.
Hoy en día, hemos interiorizado la valentía que supone mostrar nuestras emociones tal cual son. Sabemos que la entereza también se demuestra llorando en público, pidiendo perdón o dando las gracias. Por eso, la definición de “débil” se ha quedado obsoleta y ya no es la que era (un saludo para “la debilidad” que sé que pasa por momentos difíciles).
Referentes en nuestro deporte
En el atletismo muchos de nosotros conocemos a gente como Toni Abadía o David Palacios. Dos puntas de lanza de nuestro atletismo. Garra, pundonor y lucha son adjetivos que me salen al pensar en estas personas, y creo que todos y todas vamos a estar de acuerdo.
Sin embargo, señoras y señores, Toni Abadía no es un tío grande por correr más rápido que tú y que yo (de esos vendrán como también se irán). Lo es por su capacidad de expresar debilidad, y ser una inspiración para entender donde reside la verdadera fortaleza. Toni Abadía ha estado en la gloria, pero también ha chupado suelo (disculpa mi jerga ciclista), y en ambos casos lo relata como si se tratase de un asunto sin importancia. Un tío valiente, que acepta la derrota como parte inherente al éxito y que merece todo nuestro respeto.
David Palacios, es otro ejemplo más que ha sabido aceptar sus cartas para seguir adelante con lo que tiene, y que no es más que lo que todos tenemos en algún momento (pero que pocos valientes se atreven a admitir).
Ser fuerte no es lo que pensabas
Puede que la gente dude de tu fortaleza por tener un concepto gastado de todo lo que significa. La verdadera fortaleza está dentro de ti y se expresa de mil formas: a veces, manteniéndote erguido; otras, corriendo cuando todo tu cuerpo y mente grita que pares; y otras, llorando en el hombro de un amigo y pidiendo ayuda. Parar, mirarte y aceptar lo que a veces ocurre, es el camino más rápido para ser fuertes, capaces y valientes. ¡Seámoslo entonces!